«La Radiante Edad», de Antonio Báez: un lago de memorias y olvidos en estado sólido

La Radiante Edad es la novela de este escritor y profesor andaluz que pone a prueba el temple del lector con un texto intenso sin párrafos, sin diálogos directos. Tampoco falta el resentimiento, a veces sutil, a veces soez.

La Radiante Edad, de Antonio Báez, no es un título ordinario. Pocas veces me he aventurado a adentrarme entre las páginas de una narración desarrollada que recurre al flujo de conciencia (stream of consciousness), sin párrafos. Todos sabemos que la mente es un naufragio de ideas inconexas, y supone un esfuerzo ser capaz de hallar las causalidades entre ellas.

Sin mencionarlo abiertamente (o sí), La Radiante Edad escupe el rencor de un refinado individuo antisocial.
Sin mencionarlo abiertamente (o sí), La Radiante Edad escupe el rencor de un refinado individuo antisocial.

Excepto en los tres últimos capítulos, sector de la novela que, para mi gusto, flojea, La Radiante Edad nos ofrece una forma de intentar convertir el caos del recuerdo y el olvido en un tejido coherente y tupido.

La Radiante Edad, a pesar de pertenecer a la categoría de novela, no es, en sí, una historia al uso. Las escenas vienen y van, hacen y rompen filas al antojo de los impulsos y emociones de la mente del narrador. Por momentos, es inevitable percibir la flaqueza en el equilibrio del texto, pero la secuencia de peripecias y reflexiones está tan bien trabada que una lectura ágil y cómoda es posible… hasta, insisto, los tres últimos capítulos.

A lo largo de la novela, se palpa la introspección de un escritor que se ahoga en una sociedad de purpurina, flashes constantes y saltimbanquis de números vacíos. No es difícil para el lector reconocer la crítica social y apoyarla.

Sin embargo, el hastío y el pesimismo del narrador estallan en la última parte del texto, y le arrinconan a un aislamiento turbio, casi perverso, que le desconecta de quien le lee. Será por las amenazas de este mundo actual, que nos auguran tiempos decadentes, pero a mí me llena más algo que pueda percibir bien con los sentidos.

En un libro busco vida y llamada a la acción. Las reflexiones metafísicas me recuerdan a largas tardes de vegetación en un sofá, todo en semioscuridad, y el momento que nos ocupa necesita muchas cosas, pero le sobra la contemplación y lo estático.

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